Sopla,
viento, sopla y arrasa, que también de ti
saco conciencia.
En tu furia
mido mis fuerzas. Dóblame si
puedes, y túmbame,
mi sostén es de acero.
Yo estoy sobre la línea de las
cosas
que no murieron nunca.
Mi raíz emerge
desde el primer asomo del
comienzo,
y brota y ensancha, y fructifica,
y siembra,
hasta el negado fin del infinito.
Brioso y
perverso y desafiante y ciego,
no borrarás la luz de mi paisaje,
ni el aroma del tiempo que me
quiere.
El canto de los pájaros
ha de prender corolas de colores,
siempre,
y un recuerdo de nido
entibiará mis ramas.
La luna
te cortará las carnes para verme.
Estoy sobre el regazo de la
tierra,
bajo la cóncava mirada azul,
con mi sabida sangre,
a un murmullo
del agua.
Suéltate, desorbitado, atronador,
deshecho,
por la ladera fácil,
a querer romperme los oídos;
yo escucho con el corazón.
Búscame,
azota mi pensativa hora de preguntas,
castígame el
silencio, enfríame las manos,
succióname
la savia.
Fatigarás tu
furia hasta que caigas.
Todos nosotros
te derrotaremos; la gota de agua,
el anuncio
del pájaro
sobre la
primavera,
la sonrisa
del niño, y la sencilla
calma de
existencia.
Raíz de
tempestad, barre las caídas hojas,
y la
inclinada brotación de miedo.
Tu voluntad
altiva de torcerme
no quebrará
mi línea,
respiro con
las cosas que no murieron nunca.
Soy de mí
misma,
indestructible,
mía, en vertical esencia,
y
permanezco.
Matilde Alba Swann