Todas las mañanas se besan los labios y se ofrecen su alegría de enamorados. Jugos de naranjas mirándose y montañas de café. Con ese estado de ingravidez, la felicidad les sale por los ojos y la detienen escribiendo juntos. Terminan llenos de planes. Amarse todavía más intensamente.
"El misterio es total, como se ve, porque la Osita está contenta de sentirme a su lado y a la vez se refugia en un claustro al que yo no podría llegar sin destruir su preciosa penumbra, su temperatura íntima, y algo en ella lo sabe y lo defiende desde el alba hasta el despertar definitivo".
"Lo de la Osita viene de una antigua necesidad: casi nunca he aceptado el nombre-etiqueta de las cosas y creo que eso se refleja en mis libros, no veo por qué hay que tolerar invariablemente lo que nos viene de antes y de afuera, y así a los seres que amé y que amo les fui poniendo nombres que nacían de un encuentro, de un contacto entre claves secretas".
Al regreso, un mal que no es pasajero le arrebata a Carol su luz, su sonrisa, su entusiasta vivencia del sol y del mar.
“Allí la Osita empezó a declinar, víctima de un mal que creíamos pasajero porque en ella la voluntad de la vida era más fuerte que todos los pronósticos, y yo compartía su coraje como siempre compartí su luz, su sonrisa, su enamorada vivencia del sol, del mar y de la esperanza en un futuro más hermoso.
Volvimos a París llenos de planes: terminar juntos el libro, vivir, vivir todavía más intensamente”.
Postscriptum de Julio Cortázar a Los autonautas de la cosmopista o Un viaje atemporal París – Marsella, escrito por Carol Dunlop y Julio Cortázar, 1982.
Cortázar edita este libro, en una soledad agobiante. Dejándose doler, recuerda.
“Y después dormimos, Osita, y ya entrada la mañana seguías durmiendo y sólo a mí me fue dado ver el fin de la noche del paradero, el sol rasante en una cúpula naranja, que resbalaba entre las cortinas laterales para meterse con nosotros en la cama, empezar a jugar con tu pelo, con tus pestañas que siempre parecen más, que siempre parecen muchísimas más cuando estás dormida”.
Compagina las fotos. Y limpia los textos ya escritos.
Subida a esas palabras, desde la muerte, ella, la Osita, busca abrigarlo. Julio murió de leucemia a los 69 años de edad, en 1984, en el Hospital Saint Lazare, después de diez días de cama, y dos años después del fallecimiento de Carol Dunlop. Dos días después, fue enterrado en el cementerio de Montparnasse, en la misma tumba donde yacía Carol.
Tumba de Julio Cortázar y Carol Dunlop en Montparnasse, París. |
“…tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir…”
Buscando fotos de Cortázar y Carol juntos di con esta página. Quería agradecerte por compartir esta parte de la historia de Julio. Quisiera saber cuál es el libro que muestran en la filmación.
ResponderBorrarGracias nuevamente.
Verónica.
Supongo que es Los autonautas de la cosmopista.
ResponderBorrarVerónica.