Esta
mañana regué las plantas de la casa, observé cómo en algunas macetas han
brotado hojitas minúsculas que alegre y desesperadamente buscan la luz.
Como un milagro, las violetas florecen en invierno. Luego, a sorbitos,
empecé a tomar el café y recordé que me esperaban cuartillas por
corregir. Tomé el plumín rojo. Mi intención era retomar la cotidianidad,
ser la persona de hace un mes, inútil. Soy como las violetas en medio
del frío, tras la ventana, los botones asoman lentamente a través de los
días y despuntan en tonalidades cárdenas, rosas y granas.
Con el
plumín en una mano y un cigarro en la otra, empecé a leer, a revisar
las trescientas y tantas planas… ¿Sabías que el cuerpo humano
aproximadamente tiene 650 músculos?, ¿y en un beso se utilizan sólo 34?
Por supuesto me refiero a esos besos con los que te sube la presión
sanguínea y el pulso se acelera a 150 pulsaciones, eso es lo que indica
el libro de fisiología que estoy revisando. El músculo orbicularis oris es el más importante para besar.
El Beso, Robert Doisneau |
Pienso
en el póster de “El beso” de Robert Doisneau que tenemos colgado en la
habitación. Doisneau retrató la perfecta utilización de 34 músculos,
inmortalizó el orbicularis oris. Hace unos años me enteré que fue una puesta en escena del fotógrafo para la revista America´s Life,
esa imagen es tan bella que qué importa. Deberíamos tener esa imagen en
nuestras casas, en la oficina o llevarla en la cartera.
Con el tiempo
las parejas se besan menos y, sin embargo, gente que apenas conoces te
orilla instintivamente para que la beses en la mejilla. Es una
convención social que no entiendo. El beso es el inicio de todo, el
principio de la intimidad y el deseo, cuando buscas con apremio rozar
los labios y la piel del otro. El beso lleva a la caricia.
El Beso, Auguste Rodin |
¿Te
besé en la mejilla cuando nos conocimos? Estoy casi segura que no.
Sabemos que la capacidad de la memoria es relativa, que tus cien mil
millones de neuronas y cien billones de interconexiones pueden disentir o
conciliar con las mías sobre un momento preciso, una misma experiencia
compartida. La certeza es que hemos sido amigos de tantas maneras, hemos
reído, guardado silencio y abrazado en momentos cruciales. Es extraño
pero la vida nos une en momentos decisivos, con naturalidad volvemos a
una conversación donde la última frase se verbalizó unos años antes,
volvemos, quizá con distinta madurez, bordando nuestra complicidad.
Quisiera
recordar todo tal cual sucedió-sucede, Urbi, persistir en la premura
del primer beso, la suavidad de la primera caricia. El olor de tu nuca
en la funda de la almohada, el modo de tomar la taza del café, las
maneras de acomodarte en el sillón cuando lees, esa forma peculiar de
decirme: “Ven…”. Mientras escribo esta carta, me percato nuevamente de
que las violetas han floreado en invierno sin evocar la alegoría de la
primavera y no por ello el color de sus pétalos son menos intensos y su
forma perfecta. Mientras escribo, escucho tu llave girar en la
cerradura, me percato que amo al que conocí, amo al que estoy conociendo
y entra en la casa.
Carta de Enzia Verduchi a Urbi
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Evocar un beso, el primero, evocar un beso, el último, inesperadamente último, evocar amando, amar evocando. Amar, amor; ante todo, el inicio y el fin: ¡amar!
El primer beso en París
Los besos intermedios
El último beso en París
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Giovanni Marradi, La bohème
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