Las rosas eran el encanto, el tesoro (...). Y cuando tomó en sus manos la canasta y aspiró la rosa que entonces se abría, sus ojos se entrecerraron, palideció su semblante, y palpitó su seno; era que el aroma de la flor estimulaba el aroma poético de su alma, y aquella organización, sensible y armoniosa, languidecía de placer y de amor al aspirar la fresca y purísima esencia de la rosa.
Puso luego el canastillo de filigrana sobre sus faldas, y a medida que tomaba y aspiraba y examinaba las rosas, una mezcla de porvenir y de pasado, de felicidad y de melancolía, conmovía su corazón, sin duda, pues que su rostro, antes radiante, había vuelto súbitamente a su habitual expresión de dulcísima tristeza.
Las flores eran el campo, el mar, y la luz en las horas crepusculares; ejercen sobre las almas poéticas y sensibles una influencia que se escapa al mecanismo de los sentidos, que el alma misma no la puede definir, pero que la siente y se avasalla ante ella.
Es la religión verdadera de Dios, ejercida en el templo de la Naturaleza,
por el sacerdocio del corazón humano.
por el sacerdocio del corazón humano.
José Mármol
Amalia
Dalida - Le temps des fleurs - El tiempo de las flores
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