sábado, 4 de febrero de 2012

La rosa que absorbe la mirada y abstrae el alma fascinándola

Las rosas eran el encanto, el tesoro (...). Y cuando tomó en sus manos la canasta y aspiró la rosa que entonces se abría, sus ojos se entrecerraron, palideció su semblante, y palpitó su seno; era que el aroma de la flor estimulaba el aroma poético de su alma, y aquella organización, sensible y armoniosa, languidecía de placer y de amor al aspirar la fresca y purísima esencia de la rosa.


Puso luego el canastillo de filigrana sobre sus faldas, y a medida que tomaba y aspiraba y examinaba las rosas, una mezcla de porvenir y de pasado, de felicidad y de melancolía, conmovía su corazón, sin duda, pues que su rostro, antes radiante, había vuelto súbitamente a su habitual expresión de dulcísima tristeza.


Las flores eran el campo, el mar, y la luz en las horas crepusculares; ejercen sobre las almas poéticas y sensibles una influencia que se escapa al mecanismo de los sentidos, que el alma misma no la puede definir, pero que la siente y se avasalla ante ella.


Es la religión verdadera de Dios, ejercida en el templo de la Naturaleza, 
por el sacerdocio del corazón humano.

José Mármol
Amalia 


Dalida - Le temps des fleurs - El tiempo de las flores

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