París, 1952
Amor mío, querría saber decirte cuánto deseo que todo esto permanezca, nos permanezca, nos permanezca siempre.
Mira, tengo la impresión al ir hacia ti, de dejar un mundo, de oír a las puertas dar portazos a mis espaldas, puertas y puertas, porque son numerosas las puertas de este mundo hecho de malentendidos, de falsas claridades, de engaños.
Quiero que me queden todavía otras puertas, quizá no haya cruzado aún toda la extensión sobre la que se extiende esa red de signos que inducen al error –pero llego ¿me oyes?, me acerco– el ritmo, –lo siento– se acelera, los fuegos engañosos se apagan uno tras otro, las bocas mentirosas se cierran sobre su baba –nada de palabras, nada de ruidos, ya nada que acompañe mi paso–.
Carta de Paul Celan a Gisèle Celan-Lestrange
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