viernes, 30 de diciembre de 2011

Más que los besos, son las cartas las que unen las almas: las cartas de amor

Ya nos hemos mirado un minuto, dos minutos, una hora. Ya sabemos que querremos estar una hora, dos horas, tres horas, veinticuatro horas juntos. Sus besos tibios quedan impregnados en mi piel toda la noche, y aún así siento que no es suficiente.  Sus reclamos de que lo mío es un capricho sólo me hiere, y espero los múltiplos de veinticuatro días o años para poder demostrarlo.

La extraño siempre un poco más, ¿mis ojos no se lo dicen?


Pero tal vez una correspondencia particular entre dos personas que se han amado ofrece aún algo más triste; porque ya no son los hombres, sino el hombre lo que se ve.

Primero las cartas son largas, apasionadas, múltiples; el día no basta: se escribe a la puesta de sol; se trazan unas palabras al claro de la luna, confiando en que su luz casta, silenciosa, discreta, cubrirá con su pudor mil deseos. Se han separado al alba; al alba se acecha la primera luz de las delicias. Mil juramentos cubren el papel, donde se reflejan las rosas de la aurora; mil besos son depositados sobre las palabras que parecen nacer de la primera mirada del sol: ni una idea, ni una imagen, ni una imaginación, ni un accidente, ni una inquietud que no tengan su carta.


Pero una mañana, algo casi insensible se desliza sobre la belleza de esta pasión, como una primera arruga en la frente de una mujer adorada. El soplo y el perfume del amor expiran en estas páginas de la juventud, como al atardecer una brisa se encalma sobre las flores: nos damos cuenta, pero no queremos confesarlo. Las cartas se abrevian, disminuyen en número, se llenan de noticias, de descripciones, de cosas ajenas; algunas se retrasan, pero se está menos inquieto; seguros de amar y de ser amados, nos hemos hecho razonables; ya no se protesta, se acepta la ausencia. Siguen pronunciándose juramentos; son todavía las mismas palabras, pero están muertas; les falta el alma: te amo ya no es más que una expresión de costumbre, un protocolo obligado, el tengo el honor de considerarme de toda carta de amor. 


Poco a poco el estilo se hiela o se irrita; el día de correo ya no se espera impacientemente; se teme; escribir pasa a ser una fatiga. Uno se ruboriza pensando en las locuras que se han confiado al papel; se quisiera poder recuperar las cartas y arrojarlas al fuego. 

¿Qué ha sucedido? ¿Es un nuevo afecto que comienza o un viejo afecto que termina? Qué importa. Es el amor que muere antes que el objeto amado. No hay más remedio que admitir que los sentimientos del hombre están expuestos al efecto de un trabajo oculto; fiebre del tiempo que produce el cansancio, disipa la ilusión, mina nuestras pasiones, marchita nuestros amores y cambia nuestros corazones como cambian nuestros cabellos y nuestros años. 

Sin embargo, hay una excepción a esa debilidad de las cosas humanas; sucede a veces que en una alma fuerte un amor dura lo bastante para transformarse en amistad apasionada, convertirse en un deber, adquirir las cualidades de la virtud; entonces pierde su decaimiento natural y vive de sus principios inmortales".
   
Fragmento de la novela René de François-René de Chateaubriand, 
sobre las cartas de amor.

¡Este post es para celebrar los amores inmortales, 
los que perduran en su sentir y no bajan los brazos
frente a los inconvenientes! 

Hélène Ségara
L´amour est un soleil


1 comentario:

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