Me he acordado, en una mañana de comienzos de otoño, de ir a ver a mis viejos amigos los viejos libros de las orillas del Sena. Es un paseo higiénico, melancólico y filosófico. Desde el Quai d'Orsay hasta más allá de Nôtre-Dame, se goza de espectáculos imprevistos, fuera de lo pintoresco exterior. Por allí he encontrado al poeta Paul Fort y a M. Remy de Gourmont. El «morne» Sena verleniano corre abajo. El Louvre alza su masa gris. Los vaporcitos se deslizan. Ómnibus y automóviles pasan veloces entre los «quais», las casas viejas y el venerable Instituto. Arregladas o amontonadas las cantidades de papel impreso, son el atractivo de especiales visitantes y compradores, curiosos, bibliófilos, bibliómanos, filósofos, poetas, estudiantes. No es raro ver también junto a una grave peluca, junto a un extraordinario y antiguo gabán, la cara sonrosada, los cabellos rubios de una muchacha. Cuando es en buen tiempo primaveral, hay pájaros en los árboles vecinos.
Antoine Blanchard - Paris et les bouquinistes sous la pluie |
Octave Uzanne ha escrito un interesante folleto sobre los vendedores de libros de las orillas del Sena. Otros escritores han pintado la curiosa vida de esos sedentarios del aire libre que, invierno y verano, bajo la nieve o bajo el sol, tienen por oficio sacudir el polvo a su mercancía y aguardar al cliente o al transeúnte que se siente atraído por la fila de cajas y los montones de papel impreso. Los tipos de vendedores son variados, como los de los fieles bibliómanos. No escasea entre los primeros el erudito, que os da una lección de historia de la tipografía, de ediciones princeps, de incunables, mientras os vende un apolillado Horacio o Cicerón. Entre los segundos se ven apacibles profesores, sabios condecorados, simples sabios. He creído en más de una ocasión encontrarme con la amable figura de M. Bergeret...
Junto a los respetables profesores, al lado de los tranquilos amantes de la sabiduría, detiene el vuelo una bandada de poetas y artistas jóvenes, cabelludos aún, o mondos, de modestas indumentarias, aires pensativos, ojos llenos de ensueños, miradas llenas de ideas. Pobres como los ruiseñores, compran poco, hojean mucho. Abundan los libros de estudio. Es que los estudiantes tienen un gran recurso cuando se sienten atacados de la tradicional inopia. Saben que el vendedor Ies compra con seguridad, a un precio relativo, sus volúmenes. Así, un código comentado contiene muchos almuerzos, muchas comidas en las cremerías del Quartier. Esos volúmenes siempre tienen salida, y duermen en su caja como en un Monte de Piedad. Son muchos los «magazines» ingleses y las publicaciones científicas de todas las partes del mundo. El Instituto provee largamente a los «bouquinistes». Hay pilas incontables de tesis, antiguas y recientes, y obras enviadas a eminentes eruditos, con sesudas y elogiosas dedicatorias.
Antoine Blanchard - Notre-Dame |
Impreso por Vanier, el editor de los decadentes, de terrible memoria, ha consagrado un volumen de versos que se titula Humbles Mousses. Allí leo los siguientes versos que traduzco, pues veréis que el caso merece la pena:
LOS VERDADEROS RICOS
Vosotros, que sabéis ganar el pan de cada día
Y, cubiertos de arpillera o de lienzo,
Dormís bajo los grandes techos, casi al aire libre,
O bajo la cabaña, humilde morada;
Hacia los ricos hoteles de piedra, donde el oro abunda
En donde pensáis que estaríais mejor,
Guardaos de lanzar una mirada envidiosa:
¡Sois vosotros los felices de este mundo!
Los pórticos de mármol y los artesonados
Ocultan el cielo, las corrientes aguas;
Cuando se tiene la idea de acumular rentas.
¿Se sabe acaso el encanto de los estíos?
Ni una sola de las felicidades que hacen amar la vida
Se da por el dinero;
La luz serena y el aire, el azul cambiante,
El sol, de alma encantada,
El hechizo de los grandes bosques y la gracia de las flores,
El césped, el perfume de las rosas,
La embriagante dulzura de las innumerables cosas
Bellas de formas o de colores,
Vienen a ofrecerse, sin pedir nada
Al más modesto de los transeúntes,
Mientras que en pleno aburrimiento, hastiado, privado de sentir
Bosteza el dueño del dominio.
Pronto, cansado de los objetos que apenas ha querido,
Está sin necesidades y sin goce:
Saturado de todos los placeres que da el oro,
No desea nunca nada más.
¿Sabe acaso si hay en la tierra un sólo ser que le ame?
El hombre afligido de tesoros,
Se halaga esperando un amor compartido:
Una dote lo atrajo a él mismo.
Su corazón está lleno de sospechas adormidas,
Y mientras que el pobre diablo
Tiene la dicha de creer en la amistad sincera,
Él duda de todos sus amigos.
¡Ah! compadecedle a ese rico; cuando el alma alegre,
Y sin cuidado del mañana
Le veis, caminando, la mano en la mano,
Su palacio hecho a la soberbia,
Vosotros tenéis la amistad, el amor, aun la alegría
De admirar la simple Naturaleza,
Y ese poderoso no puede, ¡oh, triste criatura!
Comprarlos con su oro.
Antoine Blanchard- Place Saint-Michel - Notre-Dame |
Hoy vuelvo contento, porque he visto a una niña rubia comprar por un franco cincuenta, y una sonrisa muy rosada, una Nuestra Señora de París, no lejos de la armoniosa y serena Catedral; porque lejos de los malos hombres que murmuran y que odian, he saludado al otoño que acaba de llegar; y porque he adquirido un Quevedo impreso en Bruselas en tiempo del IV Felipe, hermoso, claro, con tapas de pergamino, por sesenta céntimos. RUBÉN DARÍO - Opiniones (Obras completas, volumen X.) |
Notre-Dame pendant Noël
Paris y el Sena en la memoria de otra vida
Interesante amalgama entre el texto y prosa con la pintura y el video en torno a un monumento emblemático de París como lo es la Catedral de Notre Dame.
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